El torbellino subía y bajaba desde mi garganta hasta el fondo de mi estómago, el minutero de mi alhajado reloj se burlaba de mi espera, tic-tac corrían los segundos como carcajadas.
Intentaba mantener en calma cada poro de mi piel que se contraía y dilataba al ritmo de mi agitado corazón.
Uno, dos y tres brandy. El choque de copas, servicios y hasta las propias conversaciones ya eran meramente un eco muy a lo lejos, una música monótona, tortuosa, que junto al cartel de RESERVADO hacían el juego perfecto.
Mesa para dos, perdón, para uno.
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